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En
la excursión de hoy iremos de Quicena a Fornillos
de Apiés. Como en toda excursión llevaremos
la indumentaria adecuada y seremos siempre conscientes de
nuestras condiciones físicas. En primer lugar desde
Quicena, tomando rumbo oeste, nos acercamos a el puente
acueducto de sillería, consta de dos arcos uno de
ellos cegado, el segundo rebajado de 3,60 m de luz. Es bien
visible que se han realizado trabajos de restauración,
así como de consolidación del talud colindante
para proteger dicha obra.
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En las proximidades de Quicena una mesa de interpretación
nos da abundante información de esta construcción,
citamos un fragmento: “Al menos este último
arco es de fábrica romana y sobre él se
observan algunos restos que podrían señalar
su función como acueducto”.
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Vista de la parte superior de la obra hidráulica.
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En
las fechas que realizamos este recorrido en las postrimerías
de la época estival, el dorado del rastrojo de
los campos se torna en ocre de la tierra arada, en pocos
minutos arribamos al barranco de Las Canales, en el cual
en primera instancia contemplamos una obra hidráulica
que se compone de cuatro pilares de sillería, tres
de ellos con un espolón, siendo el que se emplaza
en el centro de mayores dimensiones, estos pétreos
bloques tenían la finalidad de proteger dichos
pilares de la furia de las embestidas de las avenidas
del barranco, también tiene dos estribos, sobre
estos seis puntos de apoyo se amarran unas losas sobre
las cuales un canal de hormigón sirve de conducción
al elemento líquido, esta obra es del s XVIII. |
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Nos
acercamos hasta un montículo, sobre un estrato de
arenisca resta algún sillar de la planta de la ermita
de San Pedro, la disposición de estos nos indica
que era de planta rectangular.
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Realizamos
un recorrido por las calles de Quicena, en la construcción
de las viviendas se utilizo sillería, mampostería
y tapial, destaca alguna puerta de entrada bajo arco de
medio punto de grandes dovelas. |
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La
iglesia de la Asunción del S. XVIII, construida con
sillería, tapial y ladrillo. . |
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Más
al este un camino da acceso a las huertas próximas
al río Flumen, una senda baja hasta el mismo lecho
del río en el cual permanecen en soledad los restos
de un puente, son bien visibles los arranque de tres arcos
de sillería, cuando llegamos a este enclave una
sonrisa se esboza en nuestro rostro al ver que está
parcialmente desbrozado, pronto nos damos cuenta de cual
es el motivo, al pasar una línea del tendido eléctrico
han desbrozado la perpendicular de la zona por la cual
discurre, esa alegría se desvanece al ver que la
existencia de los restos de este puente no es el motivo
de que el paraje se hubiese acondicionado.
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Levantamos
la vista, en un altozano se erige el castillo de Montearagón,
siempre vigilante de nuestros pasos, su silueta pacientemente
va tomando forma con cada restauración ante la tenue
luz del alba, sus muros emanan historia allí por
doquier, testigo del ir y venir de los nobles, de los vasallos,
de los soldados empuñando sus espadas, castro que
fue testigo de batallas ganadas, castro que fue testigo
de batallas perdidas, numerosos retratos ilustran perennes
bibliografías de historia,………...
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Continuamos
por la pista hacia el castro, la cual pasa a ser senda
aunque también podemos optar por subir caminando
sobre el duro negro asfalto recalentado por el astro rey.
Observamos la disposición horizontal de los estratos
de tierras areniscas y arcillosas que se intercalan, los
de mayor dureza protegen a los débiles de la pertinaz
erosión, la menguada vegetación denota la
escasa fertilidad de la zona. Llegamos hasta el castillo,
dos mesas de interpretación nos dan detallada información
de esta construcción, una de ellas consta de un
croquis y una descripción de los elementos constructivos
más destacables. Accedemos a dicho castro por un
paso abovedado entre su muralla y la torre albarrana,
dicha mesa de interpretación nos explica porque
recibe este nombre: “son torres que se elevan fuera
del recinto amurallado, al que se unen mediante adarves,
puentes o arcos”. |
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Realizamos
un recorrido por el interior del recinto en el cual se aprecia
que se va llevando de vez en cuando algún trabajo
de reconstrucción, observamos las torres, hay una
de planta pentagonal, realmente el interior esta devastado,
citamos a Adolfo Castán – Torres y castillos
del Alto Aragón:” es de planta poligonal, un
heptaedro irregular de 90 m de eje este-oeste por 55 m norte-sur.
El incendio del s. XIX y la desamortización de Mendizábal
pusieron el punto final a un castillo íntimamente
ligado a la ciudad de Huesca”. En la capilla Real
se han realizado trabajos de restauración, consagrada
bajo la advocación de Jesús Nazareno en 1099,
es románica, citamos a José Luis Aramendía
– El románico en Aragón: “Adosada
al muro norte, que reforzado con tres robustos contrafuertes
le sirve de pared. De planta rectangular y ábside
semicircular exteriormente oculto por un muro.” . |
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Realizamos
un recorrido por el castillo, hay sillares en los cuales
la pertinaz erosión los ha deteriorado dándoles
un aspecto alveolado. |
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La
vista desde este punto es espectacular, nos dedicamos durante
unos minutos a contemplar el entorno. |
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En
las cercanías del castro en la vertiente norte
podemos ver una tejería, los muros exteriores de
sillería, uno de ellos con dos estribos, el acceso
a la boca del horno bajo arco de medio punto, la bóveda
todavía se mantiene en pie . |
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Tomamos
una pista dirección norte, como telón de fondo
el Salto de Roldán con sus tonalidades rojizas. Pequeños
tozales y parcelas de trazado irregular componen el paisaje
agrícola, también se aprecia parte del macizo
de hormigón de la presa del embalse de Montearagón
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En
pocos minutos arribamos hasta él, las aguas parece
que se resisten a enclaustrarse en el vaso y el nivel
apenas ha subido en las fechas que realizamos esta excursión. |
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Nos
acercamos hasta la población próxima, Fornillos
de Apiés, pasamos por la fuente de las Pilas, presenta
un aspecto remozado, de mampostería, la iglesia dedicada
a Santa Agueda del s XVIII. |
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Realizamos
un recorrido entre su caserío en el cual destaca
alguna entrada bajo arco de medio punto con dovelas cajeadas,
otras portaladas adinteladas. Un can negro como el azabache
con cara de pocos amigos ladra enérgicamente al
paso de unos ciclistas, mostrando de forma amenazante
sus blancos afilados colmillos, una larga cadena le permite
desplazarse cumpliendo eficazmente su labor de vigilante
de la finca.
Es hora de regresar, hemos caminado entre pequeñas
llanuras y tozales teñidos de ocre, moteados de
tonalidades pardas de la menguada vegetación, tozales
modelados por el cincel de la lluvia siglo tras siglo,
tonos ocres que se tornan en vigorosos verdes en la ribera
del río Flumen con sus fértiles tierras
dando lugar a fructíferas huertas, llanuras que
dejan en la mano del agricultor el pincel que les de el
efímero colorido. Sobre un tronco de cono se erige
el castro desde cuya posición podemos otear el
entorno, sus pétreos sillares hoy en silencio escucharon
la algarabía de los rudos soldados que se dirigían
a la cruenta batalla
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