DIARIO DEL ALTOARAGÓN
Domingo, 22 de mayo del 2011
Por J. Mariano Seral
DE PANZANO A SAN COSME PASANDO POR FABANA
 
Un año más la floreciente primavera y la mano del labrador se hermanaban dando sus coloristas pinceladas al lienzo, realzando su vigorosidad, los alcaceles con las aguas de abril reverdecían, el Formiga entonaba una alegre melodía, el embalse de Guara reverberaba los relieves de la altanera Sierra.
En la jornada de hoy establecemos como punto de partida la localidad de Panzano. Salimos desde Huesca por la N-240, una vez que llegamos al Estrecho Quinto tomamos el desvío que nos lleva a Bandaliés, tras pasar Aguas en pocos minutos arribamos a la población de Panzano. En esta ocasión estacionamos nuestro vehículo unos metros antes de llegar a dicha localidad, un panel informativo nos indica, la ermita de Arraro, santuario de San Cosme, dirección que tomamos, la pista transcurre entre campos de cereal, forraje, almendros y algún desperdigado viñedo, por el norte podemos contemplar la grisácea hendidura del río Formiga entre la dura roca, el paisaje alberga gran belleza. Dejamos a mano izquierda una pequeña caseta de mampostería irregular, tejado de teja árabe de un agua, de planta rectangular, puerta de entrada orientada al sur, en su interior un pequeño pesebre nos recuerda tiempos pasados en los que el medio de tracción era la mula, en la parte anterior de la construcción una balsa de reducidas dimensiones. Entre algún almendreral llegamos a un corral de muros de mampostería irregular, su planta tiene una cierta vergencia hacia el sur con la finalidad de desaguar el agua de la lluvia, su interior tapizado de vigoroso verde gracias al abono natural, en algunas zonas la ausencia de dicho tapizado delata la extracción del estiércol, el tozal de la zona norte lo protege de los embates del vientos. Desde este enclave la pista toma cierta pendiente, menguándose la tierra de labor y desvaneciéndose los campos de cultivo, dejando paso al romero, coscollera, aliaga …. Vamos ascendiendo ganando altitud, contemplando la sierra Guara y de vez en cuando nos giramos para admirar el paisaje agrícola, la retícula de alineados almendros que echan sus raíces sobre las tierras rojizas de la sarda de Aguas, el amarillo de algún campo de colza, el alomado triangulo limitado por las cuencas del río Formiga y Calcón en el cual destaca Panzano. Al ver el campo tan verde nos viene a la mente un artículo de Bienvenido Mascaray sobre la toponimia aragonesa publicado en el Diario del AltoaAragón: “Panzano significa: los forrajes para la panza del ganado".
Seguimos ascendiendo hasta que la pista pierde su amplitud tornándose en senda, el paisaje se abre, podemos contemplar parte del cañón del río Formiga, conforme avanzamos la vegetación se espesa, carrascas, boj, cajicos, alguno de ellos de gran envergadura, cajicos que escaparon al bruñido filo del hacha del carbonero, al ser zona de umbría sus troncos lucen un verde aterciopelado del musgo, es visible que la senda ha sido desbrozada recientemente, escuchamos en la lejanía el rumor de las aguas del Formiga. Vamos perdiendo altitud, por la vertiente este del tozal de Verdolo, entre los pinos observamos las remansadas aguas del embalse de Guara rodeado de un frondoso pinar, nos detenemos para admirar la panorámica, destacando al norte entre el verde del arbolado la ermita de Fabana. En pocos minutos llegamos a los restos de una construcción de mampostería engullida por la maleza, la senda desemboca en una pista, dirección este nos llevaría hasta la ermita de Arraro, por cuello Upiesa. Nosotros tomamos dirección oeste, dicha pista transcurre entre denso pinar, de vez en cuando se puede ver alguna ardilla trepar por los troncos. Llegamos a un panel direccional el cual nos indica a mano derecha la ermita de Fabana, dirección que seguimos. Tras vadear el río Calcón en tres ocasiones que lleva cierto caudal, cogemos un desvío a mano izquierda que nos deja en dicha ermita. Contemplamos su torre con su bonita ventana geminada y su ábside semicircular, dicha ermita es de estilo románico. Citamos a José Luis Aramendía - el románico en Aragón: “de planta rectangular, una sola nave. La torre de planta cuadrada, el último piso que cierra con bóveda de crucería de extraordinariamente gruesos nervios, abre cuatro ventanas, dos de ellas geminadas.” Dedicamos unos minutos a admirar el bonito paisaje que nos ofrece el enclave, por el sur el lienzo lo componen las diferentes tonalidades del verde de los pinos, de las aguas del embalse de Guara, de los cajicos. Proseguimos en nuestro caminar dirección oeste, por una senda que transita entre pinos, buchos y alguna carrasca, cruzamos el seco cauce del barrando de los Muertos, seguimos por el ramal de la derecha, al ser vertiente norte los troncos de las encinas están aterciopelados por el verde del musgo, salimos al llano de la Carrasca, a los pies de la Predicadera. Nos detenemos de nuevo para admirar el lienzo, compuesto por los mallos de Ligüerre, los grisáceos crestones del Borón con alguna pincelada rojiza, el verde turquesa de las remansadas aguas del embalse de Vadiello, el huevo de San Cosme, el acantilado bajo el cual se emplaza el santuario de San Cosme. Seguimos por la pista que serpentea, hasta llegar a la fuente Santa, que mana abundante agua, en pocos minutos llegamos hasta la verja del santuario.
Hoy finalizare este escrito con unos vocablos en honor a dicho Santuario:
“Chirrían los goznes al abrir la diáfana verja al amanecer, dejando el paso libre a los romeros que acuden puntualmente al eremitorio en su cita anual, cada pueblecito con su bruñida cruz erguida, día de reencuentro con el lugar, momentos de gastar buena conversación con los vecinos, manos tendidas que se funden en un calido saludo tras el tiempo trascurrido esbozando una sonrisa en sus semblantes, momentos de orar en este enclave que emana misticismo. Romeros que descienden por el tortuoso camino, hasta llegar a la ermita, que buscó el mimetismo al abrigo del pétreo macizo, en un recoveco del nacimiento del acantilado, mas la belleza del paraje trunco su anonimato. La azulada Predicadera , el altanero farallón del huevo de San Cosme, el espejo de Vadiello, el abrazo de la Sierra, presagian la belleza del Santuario. Los primeros dorados rayos solares se asoman con timidez reverberándose en el espejo de Vadiello, en las bruñidas hojas de la vegetación, en las bruñidas panzas del acantilado tras la parca lluvia primaveral. Visitar la fuente Santa, tomando un frugal refrigerio, fontana cuyas aguas sanadoras alimentan la devoción de los romeros.
Recorrer con la mirada las panzas del vertiginoso acantilado con sus recovecos, en alguno de ellos las cabriolas de alguna cabra retiene nuestra atención, finalizando el altanero viaje visual en la fachada del eremitorio, contemplando la hornacina que llora su soledad, el reloj de sol que marca las horas con el saludo del astro rey, la portalada de la ermita…...En su sombrío interior se escucha un cántico de agradecimiento bajo la austeridad de la fría roca, se filtran algún destello solar dejando en penumbra la estancia, una parca fontana mana aguas milagrosas.
Chirrían los goznes de una verja al atardecer que se cierra hasta el año siguiente.
Din, don, dan tañe la enmudecida campana en San Cosme y San Damián en el recuerdo de las personas mayores”.

     
 
     
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